martes, 22 de julio de 2014

Cocinillas

Por Asun Mayor

Una de las televisiones de pago de este país nuestro ha transmitido recientemente la tercera temporada de Masterchef USA. El programa nació en el Reino Unido en 1990, a partir de 2009 empezó su singladura internacional y en la actualidad está presente en más de cuarenta países.


Vale la pena preguntarse qué tiene la cocina para que un concurso gastronómico alcance récords de audiencia en los tiempos que corren (con las audiencias de las televisiones privadas y públicas en caída libre) y en sociedades y culturas tan diversas como las de Israel, Noruega, India, Australia, Argentina, Francia o Corea del Sur.

A lo largo de sus casi tres mil años de historia, el término "cocinar" ha evolucionado y en nuestros días abarca múltiples conceptos. Lo que no ha variado, sin embargo, es que cocinar es una acción extrínseca. El objeto de la acción y los destinatarios de la misma recaen fuera de nosotros mismos,  aunque también nosotros nos incluyamos en el conjunto. Me da que pensar que, lo que hacemos por los demás suele ser más atractivo que lo que hacemos por nosotros mismos, y me gusta pensar, y puedo estar equivocada, que esa sea una razón del éxito del programa.


La mayoría de concursantes comentan que les encanta cocinar para la gente a la que quieren. Todos los cocinillas reconocemos – y somos adictos a, me atrevería a decir – ese silencio que se crea alrededor de la mesa al empezar a comer, y que precede a una explosión de "haaaaala!!!, jolín!!!, qué buenooooo!!!". También somos adictos a los suspiros de satisfacción, a las sonrisas, a las conversaciones interrumpidas cuando alguien comenta "XX, felicidades, esto está de muerte". Y algo debe tener la cocina cuando de norte a sur y de este a oeste del planeta, ya sea a nivel de afición, a nivel profesional, a nivel de enseñanza, a nivel de show televisivo, es un fenómeno que asciende lenta pero firmemente en la escala de cosas que gustan, que a uno le hacen feliz e, incluso, que importan.

Que nadie piense que estamos hablando de sofisticación o recetas de la bisabuela, por citar dos extremos. Es algo más profundo, es algo que trasciende el tiempo y el espacio y se materializa en esa dimensión desconocida (agárrese el lector, que viene una curva pronunciada) que se llama amor. Amor, sí, con sus cuatro letras. Kitsch, pasado de moda, anticuado, concepto superado… todo lo que el lector quiera decir es aceptado, respetado y bienvenido. Pero que alguien me explique qué, si no el amor, hace que alguien pase delante de los fogones, la inducción, la vitro, la electricidad o el horno un mínimo de ciento veinte minutos cuyo resultado desaparecerá en menos, bastante menos, de quince. ¿Qué, si no el amor, hace que semejante desproporción compense?


A lo mejor, cocinar es la manera que tenemos muchos y muchas de expresar cuánto significan para nosotros los seres queridos. A lo mejor es nuestra manera de hacer un guiño a quienes ya no están cuando el olor y el sabor nos llevan a otra época. A lo mejor, es demostrarle a alguien que importa. A lo mejor, cocinar es querer.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo Asun, la cocina es una forma de expresar amor, de decirle a los tuyos que te importan y que te gusta hacerlos felices.
    Pero también es un ámbito donde la creatividad se desarrolla y al tiempo nos permite atender una de nuestras necesidades primordiales que es la de alimentarnos.
    Son muchos factores unidos y de los más básicos, a los que la publicidad y la moda han sabido sacar jugo y qué jugo

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